Debí contarte mis aventuras antes de estar de vuelta,
hacerte una llamada especial, hablarte toda la tarde
del miercoles y no colgar hasta el viernes, es más,
nunca colgar, tomarnos el té y el café de media noche,
sentarnos a mirar los gorriones, decirnos que nos duele
la cabeza, que queremos una hambuguesa rellena de queso.
Debí tener en cuenta no solo la fecha de tu cumpleaños o la
de tu regla, sino todas y cada una, la de la noche cuando
querias un cuento, cuando se apoderaba de ti la soledad. Si,
debí recordar las noches frías de tu ausencia, las tardes
invernales, recordarte en los momentos triviales de mi existencia
y la tuya tan lejos, tan suspirante y dejante, pérdida.
Cualquiera piensa que me olvidé, tal vez sea cierto, lo olvidé
o lo pasé desapersivido, no me dí cuenta y pasó a un asiento
trasero de mi memoria, pero no es escusa, porque no debí
dejarlo atrás como si fuera el paso de una etapa natural a
otra, debí mantenerlo como quiero hacerlo ahora. Y a veces
puede ser demasiado tarde, a eso le temo.
Me martilleo en las sienes, me dan graves mareos y sentimientos
de querer vomitar, porque sinceramente debí buscarte, gritarte
del otro lado de la calle cuando te ví llorar encima de nadie,
lanzarte una piedra, un palo por si no me escucharas, debí
gritar tu nombre de nacimiento, tu nombre inventado, tu
nombre aparecido y los verdaderos.
Debí no darte la espalda cualquier día de primavera...