
Te lloro.
Nadie lo va a entender, nadie
de esta generación y a nadie le
va importar la razón, todos lo
van a ignorar, si le hablo de ti
se van a burlar y me escupirán
el catarro del desprecio humano,
la peste que hoy asota a todos.
Camino entre hojas y ramas
con el pretesto de buscarte
de nuevo, aunque sea a cinco
metros de altura, cerca de los
nidos, cerca de las nubes.
Cierro mis ojos y te recuerdo
como de trapo vestida de blanco,
de algodon, con una aveja en tus
cabellos como capullo de rosa.
Tus palabras como azúcar de pastel,
tus pestañas donde se posan los grillitos
de la suerte y tu alma de niña se va
volando tras ellos.
Camino e imagino que floto
en la inmesidad de la nada,
con una de tus alas mi pequeña hada,
y entro a la casa, la abuela prepara
jugo de chinola y barre el polvo con
una escoba de oregano, con su bata
de trigo, con su moño de vieja cariñosa,
se agacha y recoge de la madera un pedazo
de cinta, una cinta dorada que trajo la
brisa cuando se escabullo por la ventana.
Le pregunto con respeto tu ubicación,
pero la abuela se encoge de hombros
y arruga los labios. La abuela me sigue
los pasos para buscarte, a la abuela si
le importas porque la abuela no es
debil, pero hasta yo lo soy.
Nadie va a buscarte, nadie va a llorarte
como yo lo hago, nadie, quizas tu Dios
que te envio del azúl, que te tuvo en
sus manos, quizas alguien te recuerde,
pero nadie lo hará como yo lo hago.
No hay comentarios:
Publicar un comentario