Jamás creí en las sirenas, ni en las tramas de poseídon
para conquistarlas en las madrugadas del verano,
cuando en Galés dos niñas jugaban a ser princesas
y atrapar sapos.
Jamás creí que me enamoraría de quién iba a
arreglarme de pies a cabeza, a conquistarme el
alma.
Pero estoy culpada de homicidio, de secarte
hasta que solo la sal de tus entrañas quedara
pegada al suelo que una vez fue una playa,
nuestra playa de encantos y caracolas.
Jamás creí que iría a casarme contigo
a mediados de mayo, cuando las
campanas de viento susurraban que
era para siempre, cuando las lluvia de
Junio vendrían a mojarnos la respiración.
Y puedo prometerte que jamás creí
que iba a perderte.
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